El proyecto de ley que reduce la semana laboral en Chile de 45 a 40 horas parece estar cerca de obtener la aprobación final.
La propuesta, presentada en 2017 por legisladores que hoy forman parte de la coalición oficialista, recibió luz verde del Senado después de ajustarse el texto. El borrador fue devuelto a la Cámara Baja y los diputados deberían someter a votación el texto enmendado en las próximas semanas.
Tal como están las cosas, la medida se introduciría gradualmente en un plazo de cinco años.
Para analizar el proyecto de ley al acercarse el fin de su tramitación, BNamericas conversó con Sebastián Parga, socio del bufete Parga, Montes & Vasseur Laborales.
BNamericas: ¿En qué consiste el proyecto y cuáles son los cambios que propone respecto de lo que contempla la legislación chilena actualmente?
Parga: El proyecto de reducción de la jornada de trabajo disminuye la jornada ordinaria de 45 a 40 horas semanales. El tope máximo de duración no solo aplica a jornadas ordinarias de trabajo, sino también a las jornadas excepcionales como las que se usan en minería (con ciclos de trabajo que van más allá de 7 días), así como a las jornadas especiales que se establecen para casos especiales como en el transporte de carga y de pasajeros, en las labores de los trabajadores eventuales portuarios, etc.
También restringe el tipo de trabajadores excluidos del límite de jornada de trabajo (como gerentes o personas que están a cargo de un local o área de la empresa) y permite que la Dirección del Trabajo pueda evaluar si las funciones que esas personas desempeñan corresponden a aquellas que la ley permite excluir del marcaje diario y de los límites de extensión de la jornada.
Es importante señalar que, en el trámite legislativo, el proyecto ha ido enriqueciéndose y no solo ha establecido normas de reducción de la jornada semanal de los trabajadores, como era el proyecto inicial, también ha incluido normas para apoyar la conciliación de trabajo y familia, y ha incorporado algunas normas de modernización para el control de la jornada, además de un esquema de gradualidad de la implementación de la reforma.
BNamericas: ¿Qué aspectos del proyecto le parecen interesantes y por qué?
Parga: Si bien las normas acerca de la flexibilidad de la jornada son escasas, las de conciliación de trabajo y familia podrían generar aspectos positivos en las empresas y las personas. Sin embargo, son normas restrictivas y me parece que en un análisis posterior se concluirá que en la práctica no tendrán mayor trascendencia.
Quizás lo más atractivo del proyecto, y que se ha pasado bastante por alto, es que el espíritu de la reforma va en la línea de incluir culturalmente que el descanso es importante para las personas. Por esta razón, restringe el pago de los días trabajados en exceso o —en ciertos casos— de las horas acumuladas que van a generar más vacaciones. Es un cambio en el espíritu de las normas laborales chilenas.
Si bien se restringe la autonomía de la voluntad, esto permite que la gente realmente valore el descanso en un contexto de sociedad altamente consumista, esto es, una que tiende a preferir una renta mayor para atender múltiples necesidades o deseos. El proyecto privilegia el descanso por sobre una potencial mayor renta. De todos modos, si bien es interesante y una buena intención, se ve más bien como una aspiración de elites que una real posibilidad de los sectores más vulnerables.
BNamericas: ¿Podría leerse este proyecto como una modernización de la legislación laboral chilena respecto de otras jurisdicciones y por qué?
Parga: No parece una real modernización de la legislación laboral, sino que simplemente una reducción de la jornada de trabajo. En efecto, parte de los legisladores —al ver que la iniciativa de reducción era un hecho— intentó incluir normas para flexibilizar la jornada semanal de trabajo, vía cálculos de jornadas mensuales y no semanales. De haber sido mensuales, se hubiese permitido periodos de trabajo más extensos y descansos más largos, lo que hubiera facilitado sistemas de turnos más eficientes y, al mismo tiempo, descansos más prolongados en el mes, que es lo que la sociedad postpandemia está exigiendo.
Entonces, esa deseable flexibilidad no se ve en líneas generales. La modificación de la jornada ordinaria aparenta serlo, pero, por ejemplo, solo se permite flexibilidad en ciclos de siete días.
En resumen, tiene rasgos de flexibilidad mínimos y respecto de los cuales falta ver su eficacia. Las pocas normas que hacen referencia a ello —como la banda horaria, en la cual los trabajadores con hijos menores de 12 años pueden modificar su jornada unilateralmente en una banda de 2 horas, en la que podrán anticipar o retrasar el ingreso o salida del trabajo,— parecen normas difíciles de implementar y que generan un mayor costo a las empresas, por lo que se desconoce si tendrán un impacto positivo.
Si bien la modificación al Código del Trabajo está llena de detalles, la verdad es que no solo la propuesta es rígida, también la escasa flexibilidad de la jornada está supeditada a la aprobación de los sindicatos, pues se parte de una base ideológica de que son los canales de los derechos de trabajadores. Y ellos tendrán el control sobre la aplicación de las pocas normas sobre la materia. Al mismo tiempo, el proyecto en general no mira la conciliación entre productividad y vida familiar —un anhelo de estos tiempos—, ya que los costos por hacer lo mismo aumentarán.
BNamericas: ¿A qué tipo de empresas impacta más el proyecto de 40 horas y cómo?
Parga: El proyecto de reducción de la jornada de trabajo lleva muchos años en los titulares y las empresas que han podido han reducido voluntariamente su jornada para adecuarse a esto de manera anticipada. Las empresas que redujeron su jornada son aquellas que remuneran a sus trabajadores por objetivos y no aquellas donde la presencialidad es un valor asociado a la remuneración.
En efecto, existen sectores de la economía donde el “estar” o la presencialidad tiene un valor esencial y el costo de la reducción de la jornada es alto al no poder sustituirse. Por ejemplo, ¿puede un guardia de seguridad ser más productivo en una jornada reducida? Es así que sectores como el agrícola o el manufacturero son fuertemente impactados por esta reducción, lo que no sucede en el área de los servicios.
Desgraciadamente, el trabajo menos calificado es el que se ve más impactado por la reducción y el mayor costo de sus funciones, lo que va a generar un incentivo a los empresarios para invertir en automatización de funciones continuas.
BNamericas: A su juicio, ¿qué más debería contemplar el proyecto y su implementación?
Parga: Si bien la reducción de la jornada es un anhelo de la sociedad chilena, creo que el proyecto no incentiva la productividad, que es hacia lo cual debería haberse puesto un mayor foco. Además, se sigue mostrando que se desconfía fuertemente de la existencia de una voluntad individual presente en los pactos entre trabajadores y empleadores.
La reforma mantiene la estructura paternalista del derecho del trabajo tradicional, en la que todavía predomina la idea añeja de un abuso constante de los empleadores a los trabajadores. A mi juicio, esta postura no está acorde a los tiempos que corren —especialmente en Chile— con personas más informadas que exigen el cumplimiento de condiciones laborales. Podrá haber eventuales excepciones, pero en este último sentido lo que sí se nota es un gran fortalecimiento de normas y estándares [ambientales, sociales y de gobernanza] ESG entre las empresas, tanto de mediano como de gran tamaño.
La gradualidad de la implementación de esta reforma —que piden algunos— solo supone un retraso. Pero Chile es el único país de América Latina —según las proyecciones de la OCDE— cuya economía no crecerá este año. Reducir la jornada de inmediato no parece razonable en estos momentos, más aún cuando no va asociada a mayor productividad y con una flexibilidad que parece más ilusoria que real. Habrá que pagar los costos de la reducción de jornada en algún momento, entonces, en tiempos de crisis es mejor que esto sea gradual. La gradualidad da cierta certeza a los sectores productivos que utilizan mucha mano de obra poco calificada para que puedan, por ejemplo, lograr automatizarse sin tener contingencias laborales.